
Por Carmen del Vando Blanco
Hieronymus Bosch, más conocido en ámbito español como El Bosco (c. 1450-1516). Con la premisa de que la mejor ocasión para observar el extraordinario mundo de El Bosco es la que ofrece el Museo del Prado de nuestra capital, donde en las galerías superiores, cuelgan al menos tres de sus altares principales y diversas pinturas de menores dimensiones, algunos realizados por él mismo y otros procedentes de su taller, se hace innecesario apuntar que estos coloreados ‘horror vacui’ contrastan inconfundiblemente con los demás cuadros holandeses y flamencos exhibidos en la misma sala, convirtiéndolo en un real intérprete de otro Renacimiento.
Las pinturas de El Bosco han ejercido siempre una potente atracción para con el visitante, pero en los siglos pasados se suponía que sus escenas diabólicas divirtieran al público casi como los ‘grotescos’ de los adornos renacentistas italianos. También es verdad que Felipe II coleccionaba las obras de El Bosco por su contenido edificante y no por el tema placentero, pero los españoles constituían una minoría. Al igual que Felipe de Guevara afirmó en el primer homenaje que se haya escrito sobre el arte de El Bosco alrededor de 1560, la mayoría lo consideraba “un inventor de monstruos y de quimeras” (si bien fue de la península ibérica de donde sus fantasías se difundieron en toda Europa). Casi corroborado medio siglo más tarde por el historiador de arte holandés Carel van Mander que describió sus pinturas principalmente como “maravillosas y singulares fantasías… a menudo más repugnantes que agradables a la vista”.
En nuestra época, algunos autores han definido a El Bosco una especie de surrealista del siglo XV, cuyo nombre se cita ladeando al de Salvador Dalí, mientras otros han visto en su arte el reflejo de actividades esotéricas medievales, pero las interpretaciones más provocativas son las que intentan ponerlo en contacto con varios movimientos heréticos medievales… Leer + REVISTART 213
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