Por Gonzalo Rodríguez Gómez
A diferencia de otros estudios de pintores, el de Paula Rego parecía más bien la antesala de una obra de teatro o la trastienda de un anticuario lúgubre. Abarrotado de telas traídas desde Portugal y muñecos siniestros fabricados por ella misma, su lugar de trabajo en el barrio de Camden Town era el vademécum del imaginario que empezó a crear desde que se trasladara a Londres hace más de cinco décadas.
Nacida en Lisboa en 1935, la artista fallecía el pasado 8 de junio en la capital inglesa cuando apenas dos semanas antes se había inaugurado su retrospectiva en el Museo Picasso de Málaga. Comisariada por Elina Crippa junto a Zuzanna Flašková, curadora de Arte Moderno y Contemporáneo y adjunta de la Tate Britain, respectivamente, la exposición está formada por cerca de ochenta obras que dan testimonio de las reivindicaciones de Rego, de su interés por reescribir la historia de la pintura figurativa y reinvertir el relato paternalista y misógino a través de una narrativa protagonizada por mujeres indóciles, dominantes y descomedidas.
Sin pretenderlo, esta muestra que organiza la pinacoteca londinense junto al Kunstmusem Den Haag y el Museo Picasso se antoja como el primero de los homenajes póstumos (visitas del 26.04.2022 al 26.08.2022) a la creadora portuguesa que, a pesar de haber transcurrido gran parte de su vida en Inglaterra, siempre fundó su trabajo en el contexto opresor del ‘Estado Novo’ de António de Oliveira Salazar y en el colonialismo feroz en países como Angola, Cabo Verde, Mozambique o Guinea Bissau.
Su rechazo hacia la política imperialista de su país natal se refleja en obras como ‘Cuando tengamos una casa en el país haremos fiestas maravillosas’, (1961) o ‘La isla del tesoro’, (1972). Otra de las obras más representativas es la que dedica al dictador, ‘Salazar vomitando su país’ (1960), un óleo sobre tela de su etapa abstracta y en el que se hace patente la influencia de Dubuffet, Vieira da Silva o Miró.